Reyerta entre vecinos de Hervás y Baños en la feria de El Cerro, 1648
La seña de identidad de El Cerro se fija durante la época de la trashumancia pues por este pueblo pasaba el “cordel de las merinas”. Este paso llevaba consigo el acompañamiento de un determinado número de personas que en el lugar se abastecían de harina, sal, cecinas, vestuario etc., y se adquiría ganado, lo que dio origen a que se celebrase en el lugar una feria cuyas fechas estaban fijadas a finales de septiembre de cada año en los terrenos que rodeaban la desaparecida ermita de san Fausto con sus soportales.
Los portales que fueron 19 en un principio en torno a la ermita, desaparecieron al derruirse la misma y en 1765 existían tan solo 10. Los portales eran reparados por cuenta del concejo de El Cerro, que el día de san Ramón daba un refresco de fruta a los asistentes a la feria y a los naturales del pueblo. Con el declive de la Mesta comenzó también el de la feria que aún en 1796 se celebrara y de la cual tenemos documentos que lo confirman.
En los años 40-50 del siglo XX, aún quedaban dos filas de portales prolongándose desde el lado sur de la ermita de San Fausto, en dirección al actual cementerio, formando una calle entre ambas. Cada una de las filas de soportales estaba dividida internamente en locales o habitáculos separados por paredes, también de piedra seca a dos lienzos; cada local tenía una especie de mostrador en la entrada como de medio metro de longitud, hecho de lanchas de piedra donde se despachaban las distintas mercancías que se vendían en cada uno de ellos.
Vista aérea de los restos de la ermita de san Fausto en El Cerro

Hecha esta pequeña introducción pasemos a contar los hechos ocurridos en la celebración de esta feria en el año 1648.
Estando en la feria de El Cerro, Martín Recio vecino de Baños, vio pasar a los vecinos de Hervás, Bernardo López y Juan López Ibáñez, montados a caballo y acompañados por sus mujeres. En esto, que Recio se refirió así a sus mujeres: “bien podíais los judíos ir con menos gravedad”. Ante esta infamia y atrevimiento los maridos preguntaron a dicho vecino si realmente era eso lo que quería decir, ratificando aquél sus palabras, por lo que sacaron las espadas unos y otros, se formó un gran alboroto, pues había mucha gente de todos los lugares de la comarca y resultaron heridos de la pendencia el vecino de Hervás, Bernardo López, porque de una pedrada lo tiraron del caballo e hiriéndole con las espadas. También resultaron heridos, los vecinos de Baños, Francisco Montero, herido gravemente y Francisco González. Ante tal tumulto, los vecinos de Hervás tuvieron que refugiarse en la iglesia donde permanecieron hasta la medianoche.
Visto esto, muchos de los vecinos de Hervás, en plena madrugada, fueron armados a rescatarlos y llevarlos a su pueblo para que la justicia de Montemayor no los detuviera.
Se abrieron diligencias y el 28 de septiembre el corregidor de Béjar llegó a Baños donde procedió contra los culpables de la reyerta poniéndolos presos, y al día siguiente acudió a Hervás para proceder también contra los demás delincuentes que quisieron evitar con su acción el conocimiento de los hechos a la justicia de Montemayor en cuya jurisdicción se produjo el delito.
Pelea entre toreros, 1898
Con motivo de las fiestas de san Ramón de 1898 se celebró en Baños de Montemayor una corrida de toros en la plaza de la Huelga (actual Plaza Pizarro) el día 1 de septiembre de 1898. Los toreros eran Juan Orellana (recordemos que el año siguiente, 1899, fallece en Baños de Montemayor por las heridas que le produjo el toro al salvar a un grupo de vecinos de las acometidas del toro cuando éste se saltó la valla protectora, durante una corrida de toros) y Manuel Solís.

Manuel Pérez, alias el sordo, que no formaba parte de la cuadrilla ni tenía permiso de las autoridades para lidiar toros, ya que solo lo podían hacer Juan Orellana y Manuel Solís, les acompañaba en las distintas corridas que celebraban en los pueblos. Los tres se hospedaban en una posada situada en la calle Mayor (actual Vía de la Plata), siendo su dueño Manuel Durán.
Sacó la cuadrilla por parte de la colecta recogida del público diecinueve duros (95 pesetas) y se le dio una gratificación por parte del ayuntamiento a Juan Orellana por haber salvado la vida a un espectador que fue cogido por el toro.
Al día siguiente de la corrida estando en la posada Manuel Pérez y Manuel Solís, el primero reclamó más dinero que las tres pesetas que le habían dado el día anterior, por lo que empezaron a discutir, Manuel Solís le explicó que él no era matador ni formaba parte de la cuadrilla, que pedía cosas injustas. En ese momento Manuel Pérez alias el sordo, empezó a dar voces tales como “me cago en Dios”, etc., por lo que el dueño de la posada Manuel Durán le echó de la misma y en ese momento retó “el sordo” a Manuel Solís a que saliera a la calle, y aquél armado con una navaja intentó herir en el cuello a Manuel Solís, entrando éste en la posada a buscar una silla con la que defenderse, y en esos momentos llegó Juan Orellana a la posada y viendo que el sordo intentaba herir a Manuel Solís se interpuso en medio y el sordo atacó a Juan Orellana lanzándole varios navajazos, a consecuencia de los cuales le causó una herida en el muslo izquierdo, siendo testigo de todos estos hechos el posadero Manuel Durán. Manuel Pérez en su declaración ante el juez, comentó que no tenía predisposición alguna contra los dos toreros, pero que se consideraban mejores toreros que los demás y que se las «daban de guapos» en todas partes y por ello querían siempre imponer su voluntad.
Calle de los mesones donde se situaban varias posadas

Reconoció Manuel Pérez que agredió a Juan Orellana por ponerse en medio y que usó la navaja que siempre llevaba para causarle la herida que presenta.
Al llegar la Guardia Civil al lugar de los hechos recogió una navaja que había en el suelo, a la vez que observó que había una mancha de sangre en el mismo. La navaja pertenecía a Manuel Pérez, y se presentó como prueba, para cuando se celebrara el juicio. Era una navaja de las llamadas borregueras midiendo abierta veinticuatro centímetros con mango color caramelo, teniendo en uno de sus extremos un agujero o taladro que generalmente llevaba una anilla. El pasador que une la hoja con el mango estaba en mal estado y en la hoja había una inscripción que decía “superior”.
El médico certificó que Juan Orellana tenía una herida como de tres centímetros y medio situada en el muslo izquierdo inmediatamente al trocante mayor por la cual manaba bastante sangre la cual indudablemente fue producida con instrumento punzo cortante coincidiendo dicha herida con la rotura que se observaba en el pantalón y calzoncillo,
Manuel Solís tenía una contusión en la región occipital izquierda posiblemente causada en alguna caída que pudiera haber tenido.
Allanamiento de morada, 1911
Suceso ocurrido en Baños de Montemayor sobre las diez horas de la mañana del día 9 de septiembre de 1911.
Sobre las diez de la mañana del día 9 de septiembre de 1911, la vecina Sebastiana S., mujer de un cabo de la Guardia Civil, entró en la casa de Miguel P.V. y sin decir palabra se abalanzó sobre Verónica, hija de Miguel P., dándole varios golpes y arañazos en la cara. Como Verónica tenía un niño pequeño en sus brazos, no pudo defenderse por lo que empezó a gritar y Sebastiana se dirigió entonces hacia la hermana de Verónica, llamada Anselma a la que golpeó en el ojo con una regadera que llevaba en la mano, tirándola al suelo, momento en que se presentaron varias vecinas que evitaron que Sebastiana pudiera hacerles más daño.
Este es el relato que hicieron las dos hermanas Verónica y Anselma ante el juez municipal, después de poner una querella su padre Miguel P., de oficio peón caminero, contra Sebastiana por allanamiento de morada y lesiones, poniendo como testigos a varias vecinas que vieron en primera persona los hechos acaecidos.
Casa en el barrio del Portazgo donde ocurrieron los hechos

Pero, ¿Cuál fue la causa por la que Sebastiana actuó de esa manera?
En su declaración ante el juez, Sebastiana S., casada y natural de Plasencia de 46 años de edad, comentó que el día de los hechos iba por agua con una regadera y al pasar junto a la casa de Juliana M., madre de las dos anteriores, vio que estaban en la puerta ella y tres de sus hijas, entre ellas Verónica. La madre al ver llegar a Sebastiana, llamó enseguida a Verónica para que entrara en casa y se dirigió a ella diciéndole: “¿Tú eres la que dice que mi hija Verónica trata con tu marido?”, contestándole Sebastiana que nunca había dicho semejante cosa. En ese momento, según su declaración, tanto la madre como sus hijas empezaron a insultar a Sebastiana llamándola entre otras cosas que era una tía (mujer que ejercía la prostitución) y al contestarle que nunca lo había sido y que tenía tanta delicadeza como ellas, se enzarzaron en una pelea, quitándole Verónica y Anselma la regadera para darle varios golpes, momento en que entró un bañista que conocía y las separó evitando que continuaran agrediéndola.
Declaró también Sebastiana que no era cierto que dijera a la madre de Verónica que su hija estaba liada con su marido, así como que pegara con la regadera a Anselma, pues debió ser en la refriega cuando se le hiciera daño a Anselma y que nunca entró en esa casa a agredir a su hermana Verónica, sino que los hechos ocurrieron tal como los contó ella.
Visto que la declaración de cada parte no coincide, cosa lógica en un altercado cualquiera, veamos lo que dijeron las testigos:
Filomena Esteban, casada y natural de Baños, dijo que el día 9 de septiembre estaba barriendo su puerta cuando vio llegar a Verónica P, con un niño en brazos en casa de su madre. Que al rato llegó Sebastiana mujer del cabo de la Guardia Civil con una regadera en la mano y que al poco tiempo oyó gritos de riña en la casa por lo que varias vecinas junto a ella entraron a ver que sucedía, observando que Verónica y Sebastiana estaban pegándose, por lo que tuvieron que separarlas para que cesara la riña. Comentó también que no sabía por qué se produjo la pelea pero que oyó decir a Sebastiana que Verónica «estaba en tratos con su marido» y que por eso pelearon.
Por último, la declaración de Juliana M., madre de Verónica y Anselma, nos puede aclarar un poco mejor los hechos acaecidos. Contó en su declaración que el día nueve estuvo en su casa Sebastiana mujer del cabo de la Guardia Civil diciéndole que sufría mucho porque desde hacía algunos meses su hija Verónica estaba liada con su marido. Que poco después dicha mujer se salió de la casa llegando al rato Verónica y le preguntó si era cierto lo que andaban diciendo, y estando en esta conversación, entró Sebastiana con una regadera en la mano y se agarró a su hija Verónica dándole varios golpes y arañazos en la cara. Que su hija tenía un hijo en brazos por lo que le soltó y se agarraron las dos dándose varios golpes. Viendo los gritos que daba su hija entraron varias vecinas y las separaron y que al bajar Anselma a la sala donde ocurrían los hechos, Sebastiana también le dio un golpe con la regadera en un ojo, causándole un buen cardenal.
Es la declaración que parece más se acerca a la veracidad de los hechos acaecidos en dicho día. El facultativo por su parte en su informe médico (reconoció a las heridas tres días después del incidente) dijo que Anselma tenía un ligero hematoma en la ceja derecha con cambio de coloración de la piel, producido por un golpe contundente, siendo de pronóstico leve. Por su parte Verónica presentó erosiones en el mentón y nariz producidas seguramente por las uñas. Ninguna de las dos necesitó asistencia facultativa. Al final la querella quedó en falta y no delito.
Robo en el balneario de Baños de Montemayor, 1920
A principios de septiembre de 1920, se produjo un robo en la caja del balneario de Baños de Montemayor.
El autor confeso de los hechos fue Severino S., botones empleado del balneario que aprovechando que todo el mundo dormía en la hora de la siesta saltó la taquilla y llegó hasta la caja donde se guardaba el dinero recaudado. El muchacho confesó el hecho, diciendo que el dinero sustraído lo tenía enterrado en un huerto cercano.
Al sitio indicado fue acompañado del Juez y de la Guardia Civil, sacando de dicho sitio 875 pesetas, aunque el cajero del balneario comentó que el total de lo sustraído eran 906 pesetas, pero el muchacho confesó tener solamente el dinero que allí se encontraba enterrado.
Pero dado que el juez sospechaba que el robo no pudo realizarse solo por parte del muchacho y que fue ayudado por alguien, tras un interrogatorio exhaustivo el muchacho confesó que le había ayudado a realizar el robo Antonio R., también empleado del establecimiento balneario. Aunque éste negó su participación en el robo fue detenido junto al botones como autores del robo.
Entre los bañistas de Montemayor se comentó mucho la ocurrencia, y todos abrocharon con todo cuidado los respectivos bolsillos, sobre todo a la hora de la siesta, en prevención de que un botones listo y largo de manos hiciera volar sus pesetas…..

Autor del artículo: Pablo Vela
Gracias, Pablo
Muchas gracias a ti.
Muchas gracias es súper interesante
Muchas gracias a ti por seguir mis publicaciones. Un saludo