Incidencias del cólera de 1855 en Baños de Montemayor

La afección colérica era realmente muy temida por los habitantes de pueblos y ciudades, aunque su efecto cuantitativo fuera muchas veces limitado. Esta enfermedad endémica en ciertos países asiáticos, supuso a nivel nacional un autentico cataclismo demográfico. De los tres años que duró la epidemia, su fase culminante se localizó en 1855, año en que se vieron afectadas casi 5.000 poblaciones.

 En Extremadura la epidemia había aparecido en diferentes pueblos a comienzos de 1854, provocando la huida de algunos individuos pertenecientes a los estamentos mas privilegiados. Con semejante ejemplo, la huida de los vecinos más acaudalados se convirtió en una práctica generalizada, como ocurrió en Baños de Montemayor, donde no solo varios miembros de las familias más pudientes, sino también cargos municipales huyeron del pueblo para evitar contraer la enfermedad.

Lo cierto es que el año de 1855 fue un año con una dura climatología, pues las lluvias duraron hasta la primavera provocando las inundaciones de las huertas y la imposibilidad de trabajar a los jornaleros. Esta dinámica es importante y conviene se tenga en cuenta pues la situación de miseria por la que pasaron gran parte de los habitantes de Baños de Montemayor sería una premisa fundamental a la hora de explicar la intensidad de la invasión colérica. Así, en agosto de 1855 se desató con fuerza en Baños a pesar de los consejos sanitarios para luchar contra el mal y la divulgación de remedios de efectos supuestamente curativos en forma de prescripciones o recetas farmacológicas, para combatir la invasión.

La situación geográfica de Baños de Montemayor como sitio transitado por los desplazamientos y el comercio, que reunía las zonas castellanas y andaluza, fue un factor determinante en el aumento del número de enfermos.

Los datos de fallecidos los he recogido del Archivo Parroquial de Baños de Montemayor, donde aparecen los registros de las dos parroquias existentes en el momento de la epidemia: santa María y santa Catalina.

La enfermedad empezó a desarrollarse en Baños de Montemayor a principios de agosto, en concreto las dos primeras muertes se produjo el día 9, eran parroquianos de santa Catalina. A partir de ese momento la enfermedad y las muertes aumentaron con una intensidad y rapidez fuera de lo común, baste señalar que durante los días 16 a 20 de agosto, se produjeron un total de 110 defunciones en ambas parroquias, 79 en santa Catalina y 31 en santa María. La cúspide fue el día 18 con un total de 31 defunciones en total, 30 en santa Catalina y 1 en santa María.

Primeras partidas de defunción por la incidencia del cólera

La epidemia duró hasta principios de septiembre, llegando incluso a darse algún caso aislado el 16 del mismo mes.

La invasión del cólera en Baños de Montemayor dejó un señuelo de defunciones hasta entonces desconocidas en el pueblo. Fallecieron 238 vecinos, 166 parroquianos de santa Catalina y 72 de santa María, de un total de 1200 habitantes más o menos, es decir casi un 20% de la población. A este número hay que sumar diez vecinos más que fallecieron fuera del pueblo y fueron enterrados en Baños.

El miedo atenazó en esos días a los vecinos de Baños de Montemayor, y algunos decidieron pasarse de una parroquia a otra, para poder huir de la enfermedad. Es el caso de Agustina López, parroquiana de santa María, a consecuencia de haber muerto en un mismo día su madre y su marido, se trasladó a casa de su padre en la parte de la parroquia de Santa Catalina, donde fue invadida igualmente y murió el día 18 de agosto. Estaba embarazada de nueves meses y no se le hizo la cesárea, como consecuencia de la ausencia de facultativos al hallarse éstos también enfermos de la misma causa.

Los facultativos que había en el pueblo desarrollaron su labor médica sin descanso, llegando incluso a enfermar a causa de tan excesivo trabajo. El médico titular Vicente Martín de Cáceres, rendido de cansancio y después de haber estado ocupándose de los enfermos él solo, los días 19, 20 y 21 de agosto, es decir días donde más fallecidos se produjeron, cayó enfermo y tuvo que reemplazarle el día 22, Francisco García. Igualmente, este médico desplegó un valor y abnegación ilimitada, en medio de las circunstancias más aterradoras, hallándose enfermos los demás facultativos, y dejando sin sepultar el cadáver de su esposa que murió de la enfermedad el día antes, se encargó de la visita general que sobrepasaba los 200 enfermos. El médico-director del establecimiento balneario Cristóbal Rodríguez Solano, enfermó del cólera y su esposa murió de la misma enfermedad.

Por lo tanto, es de rigor hacer mención de estos dos grandes profesionales que atendieron en la medida de sus posibilidades a toda la población de Baños de Montemayor.

Otras figuras importantes entre tanta desgracia, fueron los párrocos de ambas iglesias. El de santa Catalina, Deogracias Sánchez Colmenar, que ocupaba el puesto interinamente, sufrió en su casa las consecuencias de la enfermedad al morir su madre y su cuñada, que falleció estando embarazada de cinco meses. Gran mérito tuvo este párroco al que desde aquí se le hace homenaje, pues en ningún momento descuidó su labor, desbordado por la cantidad de fallecidos y solo, pues mucha gente huyó del pueblo por miedo a contagiarse de la enfermedad. Cuando murió en 1871, los vecinos quisieron agradecer todo su trabajo asistiendo en masa a su entierro, vecinos tanto de santa Catalina de donde era titular, como de santa María.

El sacerdote de la parroquia de santa María, Eulogio Flores, natural de Brozas, ejerció asimismo su cargo con gran profesionalidad y caridad, perdiendo la vida por la enfermedad el día 19 de agosto, haciéndose cargo el día 24 de dicho mes el presbítero Florentino Ramajo.

Debido a la gran cantidad de fallecidos y dado el trabajo que tuvieron que hacer ambos párrocos no dio tiempo a anotar las partidas de defunción por lo que se tuvo que hacer con posterioridad, de ahí que puedan faltar alguna de ellas.

El pueblo en esos días fatídicos estaba sumido en una gran consternación debido a los estragos que causaba el cólera morbo asiático. Cuenta el párroco de santa Catalina que el pueblo estaba afligido y que se llegó a ver destituido todo auxilio humano por ser ineficaz. Tan solo lo encontraban los vecinos en el sentimiento religioso rogando a cada momento a Dios y a la Virgen que les librara de aquel mal. Veamos como sus palabras revelan tal apreciación:

» Lo que entonces pasamos, lo que este pueblo sufrió, lo afligido que llegó a verse destituido de todo auxilio humano (por ser estos ineficaces no por conocer propiamente de ellos) todo cuanto se diga es poco. Solo encontramos el auxilio eficaz y poderoso en Dios a quien nos acogimos todos hasta los mismo impíos por la mediación de María señora y de todos los santos que había en la iglesia, mejor dicho en el cielo, llegando al extremo de coger las imágenes en brazos y llevarlas de ese modo en procesión todas las calles por no haber andas donde colocar tanta imagen y hasta el punto de sacarlas algunas veces así y además sin compañía de sacerdotes pues los poquísimos que había (muchos días estuve solo y casi solo) estaban ya ocupados en administrar los coléricos. Cuando íbamos por la calle con el rosario cantándolo se hacía un fervor capaz de arrancar del cielo la divina misericordia. Por lo que toca a los enfermos cuando iba a administrarlos, unos me apretaban la mano, otros levantaban las suyas al cielo en ademán de oración y algunos en esa misma disposición cubrían y tendían los dedos separados unos de otros clavando a la vez su vista en el techo de su habitación como si estuvieran viendo al supremo «.

Dada las características del cólera morbo a los enfermos no se les podía dar el viático por los vómitos que aquel ocasionaba.

Según cuentan los mayores de este pueblo, por referencias de sus antepasados, a los enfermos del cólera que se creían estaban muertos se les sacaba de casa y montados en un carro los llevaban al cementerio donde les dejaban allí sin enterrar, pues eran muchos los fallecidos y cuando volvían a llevar más cadáveres, a veces no se podía entrar en el cementerio porque aquellos se habían movido hacia la puerta como queriendo escapar, muriendo en el intento e impidiendo el paso, por lo que los tiraban por encima de la puerta. Es fácil pensar que aquellos días debieron ser muy duros para los habitantes de Baños de Montemayor.

El cólera hizo mella en cada vecino y como sucede en estos casos no distinguía entre ricos y pobres, hombres y mujeres. Es curioso como cada uno quería huir o al menos evitar el contagio de cualquier manera como hemos visto antes. También el alcalde sufrió la invasión del cólera y dos regidores olvidando sus deberes institucionales se ausentaron de la población. Hubo que nombrar interinamente a sus sustitutos que curiosamente fueron de nuevo sustituidos por los primeros al desaparecer la epidemia y volver al pueblo.

En 1856, dada la trascendencia de este suceso, para recordar la tragedia se oficiaron dos funciones, una religiosa y otra pública en conmemoración de las victimas de esta grave enfermedad. Costumbre que siguió haciéndose hasta finales del siglo XIX.

Aprobación por el ayuntamiento de un misa conmemorativa al cumplirse un año de la epidemia del cólera

Una consecuencia de esta epidemia fue la construcción en 1856 de un nuevo cementerio, al verse saturado el anterior, y es el que actualmente está en servicio. La fecha se puede observar en el dintel de la entrada. El anterior estaba situado en la actual Avenida de Extremadura, y fue construido en 1833.

Autor del artículo: Pablo Vela

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